Apoyada la ñata contra el vidrio
su carita la iba de careta
donde rotos, igual que farolitos,
parecían sus ojos por la pena.
Pantalones gastados, viejos timbos
y una gorra tapándole las crenchas;
era un ángel sin alas y perdido…
Era un pibe, no más de seis miserias.
Le hice un gesto que vieron sus ojillos
y se entró al cafetín sin darse rienda;
se sentó a mi costado, muy tranquilo,
deteniendo sus ojos en la mesa.
Al mesero llamé y, cuando se vino,
le pedí que sirviera pan, manteca,
mucha leche caliente en un jarrito
y también que trajese servilletas.
Y después de zamparse lo servido
como agua que chupan las arenas,
¡le volvieron las alas al cuerpito
y sus ojos brillaron como estrellas!
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Ojalá que los pobres y los ricos
como hermanos alguna vez se vuelvan
porque el hambre no sabe de distingos
¡y andan ángeles pibes en la tierra!
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