Cuando
peló el faquero la finyinga
y
ésta se vio brillar bajo la luna,
él,
que no era mariano ni batista,
en
la mano pegó la pateadura,
de
suerte que el metal, como si un ave,
de
la garra salió pegando un vuelo,
y,
frente al caso, todo el sabalaje,
expectante,
junaba los sucesos.
El
faquero se vino fulo, pero
su
aterrizaje fue lo más forzoso,
pues
un trompis ligó en el ancho rostro.
Y
él, que no era siquiera pendenciero,
del
sabalaje ante sus carozos
ya
iba adquiriendo el nombre de malevo.
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